En muchos aspectos de la vida cotidiana, se nos plantea esa misma pregunta: ¿qué fue primero?
En medicina también se presentan múltiples interrogantes acerca de cuál fue el origen de determinado cuadro patológico o la causa de una disfunción.
La fisiología de los diferentes órganos y sistemas del cuerpo se realiza a través de una cascada de acontecimientos cuya finalidad es cumplir una función eficiente, económica y en lo posible, sin tener que recurrir a la reserva potencial de esas piezas orgánicas. Cuando los órganos o sistemas se ven sobrepasados en su función, se entra en la llamada insuficiencia, con la cual entramos en una cascada fisiopatológica de disfunciones de todo tipo. Y es así que la disfunción eréctil se manifiesta cuando la capacidad de respuesta del órgano en cuestión se ve superada.
Esa falla al momento de necesitarse la erección causa temor a fracasar y el temor causa fallo eréctil. Entonces surge la pregunta: ¿qué fue primero, el temor o la falla de la erección? Una cosa lleva a la otra y el círculo se cierra.
Diferentes factores pueden estar implicados en el origen de una disfunción eréctil, tanto orgánicos como psicológicos, pero sabido es que hasta la más psicológica de las causas de una disfunción eréctil tiene en su concepción un elemento orgánico que lo mantiene: la importante descarga del neurotransmisor llamado Adrenalina, con severos efectos sobre los vasos del pene, que termina produciendo la contracción del musculo liso que forma parte de la pared de la arteria y el cierre como consecuencia.
A la hora de tratar este problema debemos considerar que ese paciente que llega a nosotros, lo hace con una gran pérdida de su autoestima y confianza, y es por eso que debemos encarar su tratamiento con el objetivo primario de generar en él una erección lo más tempranamente posible puesto que si la demora de su respuesta tarda, no vamos a hacer otra cosa que provocar más desconfianza y mayor sentimiento de baja autoestima.
De nada vale sentarnos tres minutos, tomar el recetario y recetar fármacos, uno tras otro, sin escuchar y sin ponernos en el lugar del paciente, en su piel, comprender sus sentimientos y aprovechar una ventaja personal; mi sexo y mi edad, y demostrar, por ende, que paciente y yo, estamos en sintonía.
Nada produce más orgullo que oír cuando el paciente se retira, sus comentarios de que al fin alguien lo escuchó. Cuántas veces oigo en mi consultorio al paciente quejándose de que el médico ni siquiera lo miró a la cara. Es más, ni lo saludó.
La medicina no es una ciencia exacta. Todos lo sabemos. En lo que a mí respecta, tengo como pilares de la profesión, la ciencia, el arte, la liturgia y el sentido común.
Los años nos darán la experiencia, la cual no se encuentra en ningún texto científico. La soberbia que se nota en muchos profesionales jóvenes, es muy dañina y más aún en medicina, donde se juega con la salud y eventualmente la vida. ¡Y cuán frecuentemente se ve!
Volviendo al título del artículo debo referirme a un frecuente motivo de consulta en sexología, el bajo deseo sexual. Diferentes causas pueden también afectar el deseo, lo importante en la clínica es definir con exactitud su origen pues si bien podrían existir causas hormonales como ser la disminución de la testosterona en sangre o el aumento de la prolactina, también la falla eréctil previa, determina secundariamente la disminución del deseo por temor y no por origen hormonal.
La tentación de suministrarle al paciente testosterona inyectable una y otra vez terminará con un daño secundario: atrofia testicular, aumento del tamaño de su próstata y a la vez persistiendo y aumentando la falla eréctil, la falta de confianza en sí mismo, en su médico y mayor daño en su relación de pareja. Y esto, querido lector, lo veo todos los días. ¿Por qué? Porque no se sabe interrogar con astucia. Y yo debo usar la astucia pues profundizando encuentro que allá lejos, lo primero fue la falla eréctil, luego la disminución del deseo. Tratando, mejorando y curando cuando es posible, esa disfunción eréctil, volverá el deseo.
Así sabré si fue el huevo o la gallina.